miércoles, 4 de noviembre de 2009



El fundamento: la fe.
La primera manifestación notablemente carismática nos narra la Madre Pau¬lina misma en su autobiografía: “Me sobrevino una grande escrupulosidad; terribles tentaciones contra la fe me atacaron, pero la gracia de Dios me sostuvo; en una no¬vena fui librada casi milagrosamente de la escrupulosidad, y después de los mortificantes combates contra la fe, Dios, en su bondad, llenó mi alma con una luz tan clara, que sólo puedo definirla con la palabra: don de la fe. Era éste un sentimiento y una luz que me hicieron creer cada articulo clara y distintamente, de manera que antes habría desconfiado de mis propios ojos que de esta viva luz. Dios permitió estos combates interiores para, mi bien y experiencia, y para que, más tarde, en la dirección de otras, tuviese una sincera compasión con sus penas interiores”. (Autobiografía., p. 5)
¡Don de la fe! Es la virtud básica de la vida cristiana y más aún de la vida religiosa. Toda la vida y todas las virtudes de la Madre Paulina tienen su fundamento en la fe. Esta es la luz que la guía hasta en los menores detalles. De esta fe nació su obra. La irradió a sus Hermanas; estamos tentadas a decir que la transmitió y la contagió a. sus Hermanas por su ejemplo luminoso. En el fondo es el impuso y el dinamismo del carisma que al releer las viejas crónicas de las casas nos hace exclamar: “¡Qué fe han tenido estas Hermanas!”
Muerte de su madre: Nostalgia del cielo.
17 de agosto de 1834: muerte de su madre. Un nuevo hito en el camino de su ascensión. Ha vivido muy de cerca la majestad de la muerte, lo fugaz y transito¬rio de esta vida: “La pérdida de mi madre despertó en mí el deseo del cielo, adonde ella me había precedido; suspiraba por el tiempo en que la muerte destruiría el muro que separa este mundo del otro”. Este deseo de la muerte para ir al cielo no es natural en una joven de 17 años, deseosa de vivir. El carisma no está atado a las leyes de la naturaleza, como Dios también está por encima de ellas. Es la primera manifestación de una nostalgia del cielo, de estar con Dios, que crecerá con el tiempo. Se hará luz y fuerza que iluminará sus oscuridades y la armará de coraje y esperanza. Su vida será toda una confirmación y una documentación de lo que el Concilio Vaticano II ha dicho en la Constitución Lumen Gentium sobre la índole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial.
Aprendizaje
También en lo externo la muerte de su madre contribuyó notablemente a pre¬parar a la Fundadora, la Superiora y ama de casa. Debe dirigir la casa, enseñar y supervisar a los empleados, vigilar la cocina y las provisiones y reemplazar a la Señora de la casa en las frecuentes reuniones sociales que gustaban al Señor von Mallinckrodt y acompañarlo en sus paseos y viajes. En éstos se ha impuesto, “como una ley, el hacerlo siempre con afabilidad, fuese o no de mi agrado, a fin de que la obra agradara a. Dios”. Aquí están las raíces de aquella amabilidad afable que cautivaba a todos y le conquistaba todos los corazones.
Todas las obras de Dios son obras de amor. ¡Cuánto aprendió Paulina en este tiempo en conocimientos prácticos de los mil pormenores de la dirección de una casa! Nos asombramos al ver en sus cartas el enorme caudal de saber respecto a 1a casa, su arreglo y conservación, sobre la cocina y el establo, el cuidado de la ropa, de los enfermos y del jardín, dando hasta recetas de cómo exterminar topos y chinches. Parecería que hubiese trabajado como aprendiz en todos los oficios. Es admirable cómo Dios va preparando su instrumento. (Cf. Carta a Hermann 11.3.1872. T. 14, p. 169)
Gran renunciamiento. Adiós al amigo.
Un año más tarde: 1835, año de su confirmación. Allí encontramos otro acontecimiento en la vida de Paulina que marcó definitivamente el rumbo de su cami¬no: un gran renunciamiento. Aunque el carisma es un don gratuito de Dios, sin embargo, este acto heroico es algo así corno el precio del carisma, en al sentido de que esta generosidad de Paulina y su obediencia a la Iglesia movió el corazón de Dios pera derramar sobre ella la abundancia de sus gracias.
El amor humano había entrado en el noble corazón le Paulina. Dada la importancia de este episodio que causa una profunda transformación en ella, escuchemos su propio relato. Lo escribe cinco años más tarde a su antigua maestra Luisa Hensel, con una vivacidad de sentimientos que nos hace comprender todo el drama interior que estaba viviendo: “En 1830, siendo yo aún una niña de unos trece años, uno de mis primos fue trasladado a Aquisgrán. El venia mucho a mi casa paterna. Era un hombre serio, de edad ya madura, pero protestante. Todos nosotros, los niños, lo queríamos mucho, y a. mi no se me ocurrió, ni en sueños, que es¬te sentimiento de cariño pudiera ser el principio de una inclinación que ejerciera una influencia tan poderosa sobre toda mi vida. C. (Cofrane) me dejó tranquilamente en mi espontaneidad inocente. Pero cuando volví de Lieja, siendo ya grande, noté bien que él me quería muchísimo. Mas había oído decir siempre a Ud. que la Iglesia reprueba el matrimonio con protestantes, por consiguiente, yo tampoco lo quería. Pero, inadvertidamente, mi inclinación crecía; mis ideas respecto a este punto empezaron a ceder y yo, con toda seguridad, hubiera dicho que “sí”, a no ser que el buen Dios no hubiera velado sobre mí con amor especial. En este asunto debo agradecer muchísimo a Berta von Hartmann. En aquel tiempo ella fue para mí una muy fiel amiga. A pesar de mi íntima inclinación hacia C. ella me di¬suadía constantemente de esta unión, pero lo hacía con tanto cariño y miramiento que le conservé la mas completa confianza. Por otra parte, yo misma comprendía cuán esencial es que en la santa e indisoluble unión matrimonial no exista diversidad de opinión en el punto más importante. Cuanto más seriamente consideraba los deberes de esposa y madre, tanta más claridad adquiría a este respecto; me vi envuelta en una lucha contra todos mis sentimientos: lo que el entendimiento com¬prendía, rechazaba el corazón. Además, esta inclinación mía era contraria a los deseos de mi padre, en parte por circunstancias externas. Una tempestad terrible agitaba mi corazón; no podía y no podía resolverme a decir “Adiós” al amigo”.
“En aquel tiempo - l835 - recibí el sacramento de la Confirmación, y unos ocho días más tarde, Dios me dio fuerza para decirle “Adiós” Este hecho qui¬siera señalarlo como una nueva etapa en mi vida, y es admirable cuán benéficamen¬te influyó en mi ánimo, como nunca me lo hubiera imaginado. Mi resolución debía ser cumplida, en esto no titubeaba.; pero yo creía que su ejecución me costaría muchos embates conmigo misma; por eso ¡como me admiraba de la tranquilidad que había en mí después de semejante tempestad! No puedo explicar mejor aquel estado que de la siguiente manera: Con toda mi alma y con juvenil entusiasmo había que¬rido a C., quien me cautivaba por su seriedad y su gran corazón. Al renunciar a él, también había roto los lazos que me encadenaban a lo restante del mundo. Dios quiso compensar este sacrificio con una paz interior como nunca, hasta entonces, había conocido. Más y más me desprendía de todo lo que me rodeaba y encontré en Dios completa satisfacción del alma. Una nueva vida surgía en mí, quisiera decir una vida superior, y no quisiera cambiarla más por la anterior. Permanecía activa y llena de interés por el mundo exterior. Con la paz en el alma y despreocupada de mí misma, podía cuidar tanto mejor de otros, y era una alegría para mí dedicar mi amor y mi solicitud a los pobres, a los miembros de Cristo. Se despertó en mí un inmenso deseo de ser Hermana de Caridad”. (Carta a Luisa Hensel del 7.7.1840. T. 1. , p. 72)
El relato, en su transparencia y sencillez como en su realismo psicológico, es un himno al amor humano y al amor divino. Nos hace percibir la calidad del corazón de Paulina, su riqueza y calidez. El dolor del desprendimiento está en proporción a su amor. Participamos de su lucha, sufrimos con ella. El temor ante una existencia frustrada nos tiene en suspenso, quisiéramos ver satisfechas sus ansias de felicidad y amor, según el cálculo humano. Por otra parte, la voz de la conciencia, expresada por la voz de su maestra y de sus amigas, es continua e insistente. En el abismo de su impotencia experimenta la fortaleza de Dios. El cambio en Paulina es un ejemplo hermosísimo de los efectos del sacramento de la Confirmación. El Espíritu Santo interviene admirablemente para resolver el dilema ante la encrucijada. El desprendimiento toca lo más hondo de su ser, pero es total, terminante, definitivo. Dios paga y premia a lo divino: la paz de Cristo y su alegría pascual inundan el alma de Paulina: es el cáliz lleno de amor que se desborda. Renunciando a un amor exclusivo, se dispone para un amor universal, exponente y prueba de su único amor único Amado de su corazón: Cristo.
La llama encendida en Cristo arde ocultamente en el corazón de Paulina. Por afuera parecería que nada había cambiado: siempre amable, condescendiente y alegre, cumpliendo concienzudamente sus deberes de hija, hermana y ama de casa.(Carisma- Hna.Ma.Alberta Wessner)

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