martes, 9 de junio de 2009

Dios sigue llamando

Historia Vocacional

El llamado de Dios a la vida religiosa en mi vida, comienza desde muy pequeña, a través de signos que quedaron impresos en mi alma y que fui reconociendo e interpretando posteriormente en mi vida, con su ayuda.

El primero del cual tengo memoria, fue cuando creo tenía seis años, al retirarnos con mi familia de una kermesse o un acto en el Colegio de las Hermanas de la Misericordia (Irlandesas), una de ellas me rodea con sus brazos y pregunta a mis padres “¿Y ella se va a quedar con nosotras cuando sea grande?” Si bien para esa entonces yo ya había hecho mi Primera Comunión, el trato con Jesús no pasaba de acordarme de rezar mis oraciones de la noche, asistir a Misa los Domingos con mi familia, y acordarme de no dejar pasar el mes para confesarme, como nos habían dicho en la preparación a este Sacramento.

El segundo, lo recuerdo como una sucesión de noches en las que me preguntaba qué sería yo cuando fuera grande. Tenía 7 años y estábamos viviendo en Roma. Indudablemente, si bien la vida de familia era una vida de práctica cristiana, el clima se intensificaba con la participación en la bendiciones papales en San Pedro, las visitas a tantos lugares santos y el fervor piadoso que nos inculcaban las Teresianas. De noche me venía la pregunta y entonces a veces me veía siendo religiosa para amar a Jesús como lo habían hecho tantos testigos de la fe y otras me armaba un anillo con un hilo y un botón de metal y me decía que me iba a casar. Entre nuestros juegos de niños junto con el fútbol y jugar a las mamás, estaba el “jugar a la Misa” comulgando hostias hechas con papel de cuaderno. Nos encantaba cuando las consagradas nos daban las estampitas y alcancías para las Misiones y las pasábamos a nuestro alrededor en la Plaza San Pedro.

El tercero a fue alrededor de los 9 años. Estábamos viviendo en Bella Vista y una noche tuve un sueño que me asustó. Había una gran tormenta, no sé si real o en el sueño, pero si sé que al despertar me puse de rodillas y prometí al Señor que sería religiosa.

A medida que crecía fui tomando más conciencia de esta promesa, porque sabíamos que las promesas había que cumplirlas, más aún si fueron hechas a Dios. Sin embargo no me gustaba y me enojaba cuando alguno de mis cinco hermanos bromeando me decían que iba a ser monja.

En sexto año de primaria, con toda la clase hicimos retiro espiritual y recuerdo que hablé con la Madre encargada de nuestro grupo en el Sagrado Corazón de Carrasco en Montevideo. Le pregunté cómo hacía uno para saber si Dios quería que fuese religiosa. No sé qué respuesta me dio porque no la recuerdo, pero después vinieron los años de liceo, los grupos de amigas, las fiestas de quince, los veraneos en Punta del Este y si bien quería ser una buena cristiana, de vida religiosa, ni qué hablar. La promesa, ya no inquietaba, máxime si en apariencia había sido hecha por temor, lo cual era un buena excusa.

Por la invitación de un amiga y la insistencia de una tía, en los dos últimos año de secundaria, nuevamente en Bella Vista, comencé a hacer Retiros Espirituales con el Opus Dei y a hacer intentos de llevar una vida espiritual más comprometida. Digo intentos, porque salvo la confesión frecuente, todo lo demás terminaba siempre en buenos propósitos. Sólo una vez pregunté al confesor cómo hacía para saber si tenía vocación religiosa pero no fue nada más que una pregunta. En esos años, la mamá de un amigo me invitó a dar clases de alfabetización a empleadas domésticas y acepté.

Comencé el Profesorado de Inglés, viajando a la Capital en tren todos los días y también empecé a dar clases de Inglés en cursos de niños en una academia, en la Escuela de Hogar y Cultura y clases de guitarra particulares. Seguí frecuentando los Retiros y participaba también en charlas de formación o en los encuentros de Acción y Misión. El ambiente en el Profesorado era distinto, pues no estaba en un entorno católico, pero como lo hacía con una compañera de Colegio y había conocido otras jovenes católicas, nos apoyamos mutuamente en ese tema y formamos un buen grupo de estudio con compañeras de otras religiones. Fonética, fue la materia que más trabajo me dio. Una vez pedí ayuda a una religiosa joven del Colegio y con ella preparé un examen. Durante esas prácticas recuerdo haberle preguntado qué eran los votos religiosos, pero no recuerdo la explicación que me dio.

Sin embargo, mis intereses durante todo ese tiempo no apuntaban indudablemente a la vida religiosa. Con la partida de mi padre de casa, yo había dicho una noche “religiosa no voy a ser”, porque pensaba que no podía dejar a mi madre ya que ella nos necesitaba en ese momento más que nunca. Mi proyecto era más bien el de querer formar una familia, convencida como estaba de la santidad del matrimonio.

Algunas primas y conocidas por entonces ya se habían casado o estaban en camino. A mí me faltaba el candidato y la verdad nunca había tenido mucho éxito en las fiestas. Había estado interesada por alguien a los 15 años, pero sólo había quedado en bailar y charlar en las fiestas. Hay un anécdota que para mí fue significativa: una vez hice la promesa a Dios de dejar de fumar por un determinado tiempo, si bailaba toda la noche con un muchacho apuesto. Oh sorpresa! así fue y tuve que cumplirla. También recuerdo otra vez en que una amiga nos invitó a una reunión en su casa de tarde un domingo. Le dije que no podía porque todavía no había ido a Misa. Me dijo que no me preocupara que ella tampoco, que íbamos a ir. Entonces fui, pero cuando llegó la hora, nadie decía nada. Lo recordé y terminamos yendo a misa cuatro o cinco del grupo y volvimos para seguir con la reunión e ir al golfito.

Las fiestas en aquella época eran en casas de familia, las que organizaba el club o nosotras mismas para juntar fondos para que todas las compañeras pudiéramos ir al viaje de egresadas.

Cuando tuve veinte años algunas cosas cambiaron. Tenía dos amigas en la Obra y frecuenté más las instancias de formación. Vino Monseñor Escribá y participé en varias de sus tertulias. Numerarias vinieron a dormir a casa y las clases que daba en la Chacra se trasladaron durante esa estadía a Luján, lo cual me significó viajar una vez a la semana después del profesorado, dar las clases y dormir allí. Pasaba por la Basílica y le pedía ayuda a la Virgen. Mamá me preguntó si iba a ser numeraria, le dije que no, pero que escuchar a Escribá me ayudaría a ver claro. Por fin, un domingo en que se festejaba el día del padre, dije a Jesús en la Acción de Gracias, que hiciera conmigo lo que quisiera, pero que mi padre se salvara.

Después de esta visita, una amiga me dijo que un muchacho, unos años mayor que yo, se acababa de recibir de médico estaba buscando conocer a alguien más joven y que necesitaba clases de Inglés técnico. Pedí socorro a una de mis profesoras y al poco tiempo él comenzó a venir a casa. Teníamos la clase, tomábamos un café y charlábamos. Interiormente me sentía atraída y un sentimiento fuerte empezaba a nacer, pero, era tímida. Justo en ese momento, a fines de Julio, me invitan para un Retiro de Universitarias en Luján.

Allí ya no tuve que pedir ver claro. Me sentí por primera vez abrazada por el amor de Dios. Dios dejó de ser un concepto. Era real, vivo y me interpelaba. Vi claramente que Dios me llamaba a ser su esposa y comprendí que eso era lo mejor para mí. Creo que fue allí donde percibí por primera vez, la grandeza del llamado de Jesús y la nada que uno es. ¿Quién era yo para decir no a Dios? Pasé mucho tiempo ante el Santísimo dispuesta esta vez a seguir a Jesús diciendo como María en la Comunión “He aquí la esclava del Señor”. El Director me preguntó si estaba decidida y dije que sí. Me aconsejó no decir nada hasta que él me avisara, que intensificara mi vida de oración, asistiera a la Misa diaria y siguiera mi vida como siempre. Así lo hice menos en un punto. Hasta ese momento, desde los 18 años, había sido una fumadora social. En ese retiro, quedó mi último cigarrillo.

Poco tiempo, después estando un miércoles en Misa de 19 hs. en la Iglesia del Colegio san Agustín, al ir a comulgar, pasó una señora joven embarazada delante mío. Fue algo muy fuerte y sé que en esa Comunión ofrecí conscientemente a Dios la maternidad física.

Si bien conocía a las Religiosas del Sagrado Corazón y a las Hermanas de la Misericordia, cuando el confesor me sugirió empezar a buscar una congregación, quise conocer también las Hermanas del Mallinckrodt, de quienes había oído hablar a mamá y a mis primas por ser exalumnas. El 15 de agosto fue la primera entrevista con la Hna. Livaria. Ella me dio el libro de la vida de la Madre Paulina por Pietromarchi. Conocía algo de la vida de la Madre Barat, había leído sobre la Madre McAuley, pero la Madre Paulina me llegó al corazón. Su vida me fascinó. Continué visitando a las Hermanas y para fin de año ya había pedido la admisión, terminado con todas las clases y avisado a mis familiares y amistades. Casi todos recibieron la noticia con alegría y, sobre todo mi familia, me brindaron su apoyo. Otros, aunque quizás en ese momento no comprendieron mi decisión o les pudo costar, la respetaron.

El 15 de enero de 1975, después de despedirme de muchos de ellos y de participar ese día con toda mi familia en la Santa Misa, embarqué en el aliscafo rumbo a Montevideo con la Hna. Bernarda y la Hna. Bernardette.

Montevideo, 13 de mayo de 2009

Hna. Ma.del Socorro

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