martes, 21 de abril de 2009

La Madre Paulina y María Inmaculada


Donde está la Santísima Trinidad, donde está Jesucristo, la Eucaristía y la Iglesia, no puede faltar María Santísima. Ella es la Hija predilecta del Padre, la Madre virginal del Hijo y la Esposa Inmaculada del Espíritu Santo. Jesucristo nació de María Virgen por obra y gracia del Espíritu Santo. La Sagrada Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Cristo formado en el seno de su Madre; y por ser la Madre de Cristo, María es también la Madre de la Iglesia.
La Madre Paulina conoce la grandeza y la función de María en la economía de la salvación. Este amor a María está firmemente arraigado en ella desde el día de su Primera Comunión. Monseñor Claessen, que la ha preparado para este primer encuentro con el Señor Eucarístico, planea una alegría especial para ella. La ha citado a la Catedral. Monseñor la conduce ante la imagen de la Virgen María con el Niño en brazos. Monseñor pide a la Virgen que acepte la consagración que él realiza en lugar y en nombre de su Madre. Luego levanta la voz y se hace más insistente. Ruega a María que extienda su mano maternal sobre esta niña, que le infunda sus virtudes, ante todo su humildad y su completa entrega a la voluntad de Dios. Confía al Inmaculado Corazón de María la pureza de la niña para que su corazón sea siempre morada agradable a su Hijo.
Honda impresión causa en Paulina esta hora solemne, cuyo recuerdo no se borrará jamás de su alma. Los ecos de esta hora resuenan a través de toda su vida, especialmente en el día de sus primeros votos: ¡Oh querida Madre de Dios! acepta hoy como hija a la esposa de tu Hijo muy amado. ¡Oh querido y bienaventurado Monseñor Claessen! En el día de mi primera comunión Ud. me dio a la Virgen como protectora. ¡Oh! Ella me ha cuidado bien, pídale ahora que sea mi Madre más que antes ( Beata Paulina)

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