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Tú has venido a la orilla,
no has buscado ni a sabios ni a ricos.
Tan sólo quieres que yo te siga.
Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
junto a Ti buscaré otro mar.
Tú sabes bien lo que tengo,
en mi barca no hay oro ni espada,
tan sólo redes y mi trabajo.
Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
junto a Ti buscaré otro mar.
Tú necesitas mis manos,
mi cansancio que a otros descanse,
amor que quiera seguir amando.
Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
junto a Ti buscaré otro mar.
Tú, pescador de otros lagos,
ansia eterna de hombres que esperan.
Amigo bueno que así me llamas.
Señor, me has mirado a los ojos,
sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
junto a Ti buscaré otro mar
|
Escuchando la voz de Jesús, dejándolo todo , lo siguieron. Lc 5,11
jueves, 1 de diciembre de 2011
Señor, me has mirado a lo ojos....
sábado, 21 de mayo de 2011
MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero. El modo en el que Jesús llamó a sus más estrechos colaboradores para anunciar el Reino de Dios ha de ser objeto particular de nuestra atención (cf. Lc 10,9). En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al «Señor de la mies» tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales.
El Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19). Les mostró su misión mesiánica con numerosos «signos» que indicaban su amor a los hombres y el don de la misericordia del Padre; los educó con la palabra y con la vida, para que estuviesen dispuestos a ser los continuadores de su obra de salvación; finalmente, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), les confió el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envió a todo el mundo con el mandato: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19).
La propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).
También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya. Se trata de una verdadera y propia escuela de formación para cuantos se preparan para el ministerio sacerdotal y para la vida consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas competentes. El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia «está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 41). Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento, como he hecho con aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes escribí: «Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera» (Carta a los Seminaristas, 18 octubre 2010).
El Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19). Les mostró su misión mesiánica con numerosos «signos» que indicaban su amor a los hombres y el don de la misericordia del Padre; los educó con la palabra y con la vida, para que estuviesen dispuestos a ser los continuadores de su obra de salvación; finalmente, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), les confió el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envió a todo el mundo con el mandato: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19).
La propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).
También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya. Se trata de una verdadera y propia escuela de formación para cuantos se preparan para el ministerio sacerdotal y para la vida consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas competentes. El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia «está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 41). Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento, como he hecho con aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes escribí: «Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera» (Carta a los Seminaristas, 18 octubre 2010).
La vocación: un llamado al servicio de Dios
La vocación: un llamado al servicio de Dios
Esta pregunta es de importancia e interés perenne: ¿cómo puedo saber si tengo vocación al sacerdocio o a la vida religiosa? Es un error creer que tal vocación debe ser tan absoluta y clara que apenas deja lugar para el libre albedrío. Existen ciertas condiciones absolutas para una vocación, condiciones sin las cuales se puede estar seguro que Dios no lo llama a uno. Otras señales son inherentes a la libre voluntad y dependen de ella, pero son inspiradas por la gracia de Dios como invitación a seguirle, las cuales son:
1. Buena salud. Puesto que la vida religiosa exige grandes esfuerzos físicos, es necesario tener una buena salud.
2. Talentos ordinarios. Debe tener el candidato al menos habilidades ordinarias para seguir una vocación religiosa.
3. Independencia razonable. Si está obligado a cuidar de los padres, por ejemplo, esa persona no está libre para entrar al estado religioso.
4. Piedad normal. Si no tiene, cuando menos, una devoción ordinaria a las prácticas religiosas, difícilmente podrá adaptarse a los extraordinarios ejercicios religiosos de un sacerdote o monje.
Aparte de estas cualidades esenciales, están las que dependen y son inherentes al libre albedrío, pero que las inspira Dios para seguirle:
1. Un espíritu de sacrificio: la capacidad para poder abandonar los bienes inferiores, aunque más atractivos, a favor de los bienes superiores espirituales.
2. Un espíritu de celo: aquella forma especial de la caridad que inspira querer hacer algo para salvar almas.
3. Un espíritu de desinterés: el poder que capacita a una persona para estar en el mundo, pero no ser parte del mundo. Un religioso debe ser capaz de controlar sus emociones . Debe estar dispuesto a permanecer el resto de su vida en el celibato.
4. Un deseo de ser religioso: o la convicción de que el camino más seguro para salvar su alma es entrando al estado religioso.
La presencia de estas ocho señales es una indicación de que uno está siendo invitado por Dios a ser uno de los suyos. Su presencia, sin embargo, nunca equivaldrá a un mandato seguro: la decisión siempre se deja a la libre voluntad. Una vocación es la voz de Dios, no mandando, sino llamando. Seguir este llamado es seguir el plan especial de Dios. Una vocación es el camino particular en la vida que traerá una de las felicidades más grandes sobre la tierra y en la eternidad.
Es difícil enumerar todos los dones y gracias que el Todopoderoso Dios derrama sobre un religioso. Todo en la vida religiosa tiende hacia la santificación personal y la salvación de otros: la frecuente recepción de los sacramentos, los ejercicios religiosos y las prácticas piadosas, las innumerables oportunidades para la práctica de la virtud, la sagrada regla y las costumbres de la orden o congregación, los períodos de soledad y silencio, la santidad de sus ocupaciones, los votos de pobreza, castidad y obediencia, las numerosas instrucciones espirituales...
San Bernardo nos dice que los religiosos viven más puramente, caen rara vez, se levantan con mayor facilidad, están dotados más copiosamente de la gracia, mueren con mayor seguridad y son recompensados con mayor abundancia. Una vocación religiosa es una gracia magnífica de Dios, pero es sólo el comienzo de una larga cadena de gracias con las que deben cooperar sirviéndole con amor y fervor. Al ser fiel a su vocación, el religioso es capaz de cambiar el mundo, de ganar el mundo para Cristo, de restaurar todas las cosas en Cristo.
Si tal es el valor de la vocación religiosa, ¿podemos acaso comprender el mérito de un llamado al sacerdocio? En verdad, ¿qué sería la Iglesia católica sin el sacerdote? El confesionario sería inútil, la iglesia estaría vacía, el púlpito estaría en silencio. En momentos de pena y en la hora de la muerte no habría nadie para dar consuelo y aseguranzas del amor y el perdón divino. ¡Nunca antes ha habido tal necesidad por los sacerdotes, y nunca ha habido tal escasez de ellos!
La vida religiosa o sacerdotal parece ser difícil. Si confiamos en nuestras fuerzas, seguramente lo será. Se necesita la confianza en la bondad y el poder de Dios, cuya gracia siempre basta para cumplir lo que pide. Esta confianza se ganará con la oración ferviente. Debemos orar para conocer y hacer la voluntad de Dios, y debemos pedir por la gracia para llevarla a cabo rápidamente. Demorar la vocación sin una razón suficiente es arriesgar la invitación especial de Dios.
Alguien que se sienta llamado al sacerdocio o a la vida religiosa debería buscar el sabio consejo de un confesor o sacerdote. En la decisión de la vocación, lo esencial es entender qué es la voluntad de Dios, no necesariamente lo que a uno le gusta más. El joven rico del Evangelio ciertamente amaba a Dios, guardaba los mandamientos y era amado en gran manera por Nuestro Señor. Pero en su apego a las riquezas, rechazó el llamado de seguir a Cristo y “se fue triste.” Quiera Dios concederle a muchas almas la generosidad y dedicación necesarias para satisfacer las necesidades de nuestros tiempos. ¡He aquí, la cosecha es grande, y pocos los labradores!
Oración para escoger el estado de vida
Oh Dios mío, Tú que eres el Dios de sabiduría y del buen consejo, Tú que lees en mi corazón el sincero deseo de agradarte a tí solo y de hacer todo conforme a Tu santa voluntad en cuanto a mi decisión sobre el estado de vida; por la intercesión de la Santísima Virgen, Madre mía, y de mis santos patronos, concédeme la gracia para saber qué vida he de escoger, y para abrazarla una vez conocida, a fin de que así pueda yo buscar Tu gloria y merecer la recompensa celestial que has prometido a los que hacen Tu santa voluntad. Amén.
(Papa Pío X)
Tomado de COMRI
Esta pregunta es de importancia e interés perenne: ¿cómo puedo saber si tengo vocación al sacerdocio o a la vida religiosa? Es un error creer que tal vocación debe ser tan absoluta y clara que apenas deja lugar para el libre albedrío. Existen ciertas condiciones absolutas para una vocación, condiciones sin las cuales se puede estar seguro que Dios no lo llama a uno. Otras señales son inherentes a la libre voluntad y dependen de ella, pero son inspiradas por la gracia de Dios como invitación a seguirle, las cuales son:
1. Buena salud. Puesto que la vida religiosa exige grandes esfuerzos físicos, es necesario tener una buena salud.
2. Talentos ordinarios. Debe tener el candidato al menos habilidades ordinarias para seguir una vocación religiosa.
3. Independencia razonable. Si está obligado a cuidar de los padres, por ejemplo, esa persona no está libre para entrar al estado religioso.
4. Piedad normal. Si no tiene, cuando menos, una devoción ordinaria a las prácticas religiosas, difícilmente podrá adaptarse a los extraordinarios ejercicios religiosos de un sacerdote o monje.
Aparte de estas cualidades esenciales, están las que dependen y son inherentes al libre albedrío, pero que las inspira Dios para seguirle:
1. Un espíritu de sacrificio: la capacidad para poder abandonar los bienes inferiores, aunque más atractivos, a favor de los bienes superiores espirituales.
2. Un espíritu de celo: aquella forma especial de la caridad que inspira querer hacer algo para salvar almas.
3. Un espíritu de desinterés: el poder que capacita a una persona para estar en el mundo, pero no ser parte del mundo. Un religioso debe ser capaz de controlar sus emociones . Debe estar dispuesto a permanecer el resto de su vida en el celibato.
4. Un deseo de ser religioso: o la convicción de que el camino más seguro para salvar su alma es entrando al estado religioso.
La presencia de estas ocho señales es una indicación de que uno está siendo invitado por Dios a ser uno de los suyos. Su presencia, sin embargo, nunca equivaldrá a un mandato seguro: la decisión siempre se deja a la libre voluntad. Una vocación es la voz de Dios, no mandando, sino llamando. Seguir este llamado es seguir el plan especial de Dios. Una vocación es el camino particular en la vida que traerá una de las felicidades más grandes sobre la tierra y en la eternidad.
Es difícil enumerar todos los dones y gracias que el Todopoderoso Dios derrama sobre un religioso. Todo en la vida religiosa tiende hacia la santificación personal y la salvación de otros: la frecuente recepción de los sacramentos, los ejercicios religiosos y las prácticas piadosas, las innumerables oportunidades para la práctica de la virtud, la sagrada regla y las costumbres de la orden o congregación, los períodos de soledad y silencio, la santidad de sus ocupaciones, los votos de pobreza, castidad y obediencia, las numerosas instrucciones espirituales...
San Bernardo nos dice que los religiosos viven más puramente, caen rara vez, se levantan con mayor facilidad, están dotados más copiosamente de la gracia, mueren con mayor seguridad y son recompensados con mayor abundancia. Una vocación religiosa es una gracia magnífica de Dios, pero es sólo el comienzo de una larga cadena de gracias con las que deben cooperar sirviéndole con amor y fervor. Al ser fiel a su vocación, el religioso es capaz de cambiar el mundo, de ganar el mundo para Cristo, de restaurar todas las cosas en Cristo.
Si tal es el valor de la vocación religiosa, ¿podemos acaso comprender el mérito de un llamado al sacerdocio? En verdad, ¿qué sería la Iglesia católica sin el sacerdote? El confesionario sería inútil, la iglesia estaría vacía, el púlpito estaría en silencio. En momentos de pena y en la hora de la muerte no habría nadie para dar consuelo y aseguranzas del amor y el perdón divino. ¡Nunca antes ha habido tal necesidad por los sacerdotes, y nunca ha habido tal escasez de ellos!
La vida religiosa o sacerdotal parece ser difícil. Si confiamos en nuestras fuerzas, seguramente lo será. Se necesita la confianza en la bondad y el poder de Dios, cuya gracia siempre basta para cumplir lo que pide. Esta confianza se ganará con la oración ferviente. Debemos orar para conocer y hacer la voluntad de Dios, y debemos pedir por la gracia para llevarla a cabo rápidamente. Demorar la vocación sin una razón suficiente es arriesgar la invitación especial de Dios.
Alguien que se sienta llamado al sacerdocio o a la vida religiosa debería buscar el sabio consejo de un confesor o sacerdote. En la decisión de la vocación, lo esencial es entender qué es la voluntad de Dios, no necesariamente lo que a uno le gusta más. El joven rico del Evangelio ciertamente amaba a Dios, guardaba los mandamientos y era amado en gran manera por Nuestro Señor. Pero en su apego a las riquezas, rechazó el llamado de seguir a Cristo y “se fue triste.” Quiera Dios concederle a muchas almas la generosidad y dedicación necesarias para satisfacer las necesidades de nuestros tiempos. ¡He aquí, la cosecha es grande, y pocos los labradores!
Oración para escoger el estado de vida
Oh Dios mío, Tú que eres el Dios de sabiduría y del buen consejo, Tú que lees en mi corazón el sincero deseo de agradarte a tí solo y de hacer todo conforme a Tu santa voluntad en cuanto a mi decisión sobre el estado de vida; por la intercesión de la Santísima Virgen, Madre mía, y de mis santos patronos, concédeme la gracia para saber qué vida he de escoger, y para abrazarla una vez conocida, a fin de que así pueda yo buscar Tu gloria y merecer la recompensa celestial que has prometido a los que hacen Tu santa voluntad. Amén.
(Papa Pío X)
Tomado de COMRI
sábado, 7 de mayo de 2011
jueves, 7 de abril de 2011
martes, 8 de marzo de 2011
lunes, 7 de marzo de 2011
lunes, 14 de febrero de 2011
"Proponer las vocaciones en la Iglesia local"
Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las vocaciones
Ciudad del Vaticano, 14 Feb. 11 (AICA)
La Santa Sede dio a conocer el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones
La Santa Sede dio a conocer el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones
"Proponer las vocaciones en la Iglesia local" es el título del Mensaje del papa Benedicto XVI para la 48ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 15 de mayo próximo, IV domingo de Pascua.
En el mensaje el Papa insiste en la responsabilidad de las familias, las parroquias y las asociaciones, que deben alentar a los jóvenes que sienten una llamada vocacional, precisamente en estos momentos en que ésta parece más difícil.
“Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por 'otras voces' y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debe asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones”, afirma.
Benedicto XVI insiste en la importancia de “alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa”, para que éstos “sientan el calor de toda la comunidad al decir 'sí' a Dios y a la Iglesia”.
Por ello pide “que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo”.
Es necesario ayudar a los niños y jóvenes “para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan a escuchar atenta y fructíferamente la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras”.
Es necesario que comprendan “que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos”, subraya.
También hay que ayudarles para que “vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones”.
Particularmente, el Papa se dirige a quienes están directamente implicados en el discernimiento vocacional de los jóvenes, sacerdotes, familias, catequistas y animadores.
“A los sacerdotes les recomiendo que sean capaces de dar testimonio de comunión con el Obispo y con los demás hermanos, para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales”.
A las familias pide que estén “animadas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, capaces de ayudar a los hijos e hijas a aceptar con generosidad la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada”.
“Los catequistas y los animadores de las asociaciones católicas y de los movimientos eclesiales, convencidos de su misión educativa, procuren cultivar a los adolescentes que se les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina”.
El Papa se dirige también a los obispos, recordándoles la importancia de “incrementar cuanto sea posible las vocaciones sacerdotales y religiosas, poniendo interés especial en las vocaciones misioneras”.
“El Señor necesita la colaboración de ustedes para que sus llamadas puedan llegar a los corazones de quienes ha elegido”, dice a los obispos, al tiempo que recomienda que tengan “cuidado en la elección de los agentes pastorales para el Centro Diocesano de Vocaciones”.
También les recuerda “la solicitud de la Iglesia universal por una equilibrada distribución de los sacerdotes en el mundo. La disponibilidad de ustedes hacia las diócesis con escasez de vocaciones es una bendición de Dios para las comunidades y para los fieles es testimonio de un servicio sacerdotal que se abre generosamente a las necesidades de toda la Iglesia”.
“Proponer las vocaciones en la Iglesia local, significa tener la valentía de indicar, a través de una pastoral vocacional atenta y adecuada, este camino arduo del seguimiento de Cristo, que, al estar colmado de sentido, es capaz de implicar toda la vida”, afirma el Papa.
Por último, el Papa afirma que la capacidad de cultivar las vocaciones “es un signo característico de la vitalidad de una Iglesia local”, e invita a las comunidades locales a que se difunda “en el interior de cada comunidad la disponibilidad a decir 'sí' al Señor, que llama siempre a nuevos trabajadores para su mies”
Ciudad del Vaticano, 14 Feb. 11 (AICA)
La Santa Sede dio a conocer el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones
La Santa Sede dio a conocer el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones
"Proponer las vocaciones en la Iglesia local" es el título del Mensaje del papa Benedicto XVI para la 48ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 15 de mayo próximo, IV domingo de Pascua.
En el mensaje el Papa insiste en la responsabilidad de las familias, las parroquias y las asociaciones, que deben alentar a los jóvenes que sienten una llamada vocacional, precisamente en estos momentos en que ésta parece más difícil.
“Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por 'otras voces' y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debe asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones”, afirma.
Benedicto XVI insiste en la importancia de “alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa”, para que éstos “sientan el calor de toda la comunidad al decir 'sí' a Dios y a la Iglesia”.
Por ello pide “que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo”.
Es necesario ayudar a los niños y jóvenes “para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan a escuchar atenta y fructíferamente la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras”.
Es necesario que comprendan “que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos”, subraya.
También hay que ayudarles para que “vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones”.
Particularmente, el Papa se dirige a quienes están directamente implicados en el discernimiento vocacional de los jóvenes, sacerdotes, familias, catequistas y animadores.
“A los sacerdotes les recomiendo que sean capaces de dar testimonio de comunión con el Obispo y con los demás hermanos, para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales”.
A las familias pide que estén “animadas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, capaces de ayudar a los hijos e hijas a aceptar con generosidad la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada”.
“Los catequistas y los animadores de las asociaciones católicas y de los movimientos eclesiales, convencidos de su misión educativa, procuren cultivar a los adolescentes que se les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina”.
El Papa se dirige también a los obispos, recordándoles la importancia de “incrementar cuanto sea posible las vocaciones sacerdotales y religiosas, poniendo interés especial en las vocaciones misioneras”.
“El Señor necesita la colaboración de ustedes para que sus llamadas puedan llegar a los corazones de quienes ha elegido”, dice a los obispos, al tiempo que recomienda que tengan “cuidado en la elección de los agentes pastorales para el Centro Diocesano de Vocaciones”.
También les recuerda “la solicitud de la Iglesia universal por una equilibrada distribución de los sacerdotes en el mundo. La disponibilidad de ustedes hacia las diócesis con escasez de vocaciones es una bendición de Dios para las comunidades y para los fieles es testimonio de un servicio sacerdotal que se abre generosamente a las necesidades de toda la Iglesia”.
“Proponer las vocaciones en la Iglesia local, significa tener la valentía de indicar, a través de una pastoral vocacional atenta y adecuada, este camino arduo del seguimiento de Cristo, que, al estar colmado de sentido, es capaz de implicar toda la vida”, afirma el Papa.
Por último, el Papa afirma que la capacidad de cultivar las vocaciones “es un signo característico de la vitalidad de una Iglesia local”, e invita a las comunidades locales a que se difunda “en el interior de cada comunidad la disponibilidad a decir 'sí' al Señor, que llama siempre a nuevos trabajadores para su mies”
sábado, 1 de enero de 2011
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